Transcurría el año 1974 cuando llegue a Catamarca (Provincia minera de
Argentina), con unos 5 años cumplidos. Viví el desarraigo de Tucumán y en esta,
mi nueva morada, todo era nuevo: la vegetación, su clima de calores intensos, su
cielo poblado de estrellas y sobre todo aquel paisaje que a pesar de mi disgusto
por el cambio, no quito, mi gusto por lo que es bello. Así, cautivado por las
montañas, descubrí que las piedritas grises que en Tucumán había conocido,
podían ser en Catamarca de caprichosos colores y forma. De pronto me encontraba
coleccionándolas, afición que aún hoy, no he dejado del todo.
No sé si de niño tenemos una visión extraordinaria, lo cierto es que cuando
miraba hacia el Oeste por la calle Esquiú, casi podía tocar al cerro Ambato o
el Ancasti si descansaba la mirada hacia el este; los dos cerros ¡estaban tan
cerca¡ que parecían a mi vista como en las hermosas postales que se vendían a
los turistas. Como me gustaban esas postales. ¿Quién no quisiera escalar esas
montañas? ¿Quién no se preguntó con verdaderas ganas ¿Qué es este planeta
tierra que habitamos? Cuando a fuerza de mirar nos asombramos y nos surge una interrogación
así de grande? Hoy no es lo mismo, porque la ciudad ha crecido, y los árboles y
el tendido eléctrico, disimulan la grandiosidad del paisaje.
Con el tiempo conocí a Catamarca, aprendí a quererla y sé que siempre habrá
algo nuevo para ver, hacer, porque también conocí en ella la astronomía, la
amistad, el arrope de tuna y el amor, que resaltan como un cristal en medio de
las piedritas que de niño coleccionaba…
By Pablo F Jimenez
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