No sé si de niño tenemos una visión extraordinaria, lo cierto es que cuando
miraba hacia el Oeste por la calle Esquiu, casi podía tocar al cerro Ambato o
el Ancasti si descansaba la mirada hacia el este; los dos cerros ¡estaban tan
cerca¡ que parecían a mi vista como en las hermosas postales que se vendían a
los turistas. Como me gustaban esas postales. ¿Quién no quisiera escalar esas
montañas? ¿Quién no se pregunto con verdaderas ganas ¿Qué es este planeta
tierra que habitamos? Cuando a fuerza de mirar nos asombramos y nos surge una interrogación
así de grande? Hoy no es lo mismo, porque la ciudad ha crecido, y los arboles y
el tendido eléctrico, disimulan la grandiosidad del paisaje.
Con el tiempo conocí a Catamarca, aprendí a quererla y sé que siempre habrá
algo nuevo para ver, hacer, porque también conocí en ella la astronomía, la
amistad, el arrope de tuna y el amor, que resaltan como un cristal en medio de
las piedritas que de niño coleccionaba…
By Pablo F Jimenez
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